El Museo Lázaro Galdiano y la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker
han ideado una propuesta para disfrutar de la poesía de Emily Dickinson en
Parque Florido. Un viaje poético-botánico en el que el público recorrerá el
jardín histórico del Museo, deteniéndose en algunas de las más de 75 especies
de plantas que lo habitan para escuchar, en la voz del poeta y profesor de jardinería Jesús (Gsús) Bonilla, poemas de
la autora estadounidense
pertenecientes a su Herbario. Entrelazando curiosidades sobre la propia
Dickinson y el jardín del museo, el trayecto, que rastrea sus poemas en busca de flores, arbustos, árboles, y hasta de
briznas de hierba, finalizará con
un vino y una charla entre todos los participantes.
Emily Dickinson hacía brotar sus poemas con
mano hábil y mirada precisa desde ese espacio natural y edénico que fue para
ella su casa en Amherst (Massachusetts, EE. UU.), en la que nació en 1830 y
murió el 15 de mayo de 1886, donde rodeada de los bosques y prados recolectaba
las hojas y flores que aprendió a clasificar siendo muy pequeña. Su Herbario contiene más de 400 especímenes de flores silvestres
de la zona rural de Massachusetts, ordenados con el sistema de clasificación de
Linneo. El manuscrito original, con los nombres de las plantas escritos a mano
en latín botánico y la elegante caligrafía de Dickinson, se terminó de hacer
cuando la poeta tenía apenas 14 años. Con el paso del tiempo, este herbario,
desconocido para la mayoría de críticos literarios, se convirtió, además, en un
documento científico que ha servido de investigación para muchas generaciones
de biólogos y naturalistas en el mundo, y es uno de los primeros documentos de
botánica realizados por una mujer joven en la era victoriana.
La editorial Ya lo dijo Casimiro Parker publicó
en 2020 esta antología botánica de poemas que giran en torno a las plantas, y
por primera vez reúne, en edición bilingüe y con traducción de Eva Gallud, las
fotografías completas de las flores recogidas con
tanto mimo. El herbario
comienza con un jazmín blanco común y culmina con un racimo de flores de un
romero azul,acercando al
lector a sus hojas y flores, acompañadas de sus propios versos. Unos versos
que, como dice la crítica, “atraviesan los bosques en mitad de la noche, trepan
a los árboles, encuentran pájaros dormidos y recolectan flores y hojas a diario
para convertirse en una radiografía de lo que observa su mirada y acaricia con
la yema de los dedos”.